MISIÓN SAN NICOLÁS

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  • Última modificación de la entrada:enero 7, 2023
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A las doce de la noche se fue la luz.

Volví a sacar de mi caja de cosas pendientes lo imprescindible para viajar: paciencia, resiliencia, valor, empatía y generosidad. Con todo ello, en la más pequeña de las maletas emprendí un aventura que me hace sentir en este momento y en lo más profundo de mi alma, que aún no he regresado.

La nieve me dio la bienvenida. El primer impulso fue llorar porque mis recuerdos están repletos de filigranas de emociones que me llevan a las “primeras veces”.  Pero utilicé mis propios recursos para ponerme a salvo: hablar y hablar. Así, quienes me rodeaban no sentirían la fragilidad que se asomaba por mis ojos respondiendo a lo que solo era miedo.

Ya en Ucrania, esa rueda de pensamientos optimistas se rompió. Disfrazados de realidad volví a cruzar la mirada con unos ojos amigos. Hacía mucho que no nos veíamos aunque quizá no hacía tanto. Consumí mis minutos envolviendo cada instante en perfectos momentos para recordar con la esperanza de que fuera suficiente para un pequeño guerrero que le grita a mi alma con tanta fuerza que me ahoga. Y con la pena de no poder alargar los abrazos, la realidad se abrió camino.

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Transportar la ilusión a través de 3000 km desde Pamplona hasta Skole, en Ucrania, con mis alas rotas era una gran responsabilidad y no podía permitirme olvidar el sentido de estar allí. Ochenta desconocidos y conocidos, vecinos, amigos, familiares… prepararon con todo su amor unas pequeñas cajas con toneladas de ilusión navideña. 

En la soledad de un ático en el centro de Lviv, se fue la luz. Justo en ese momento me sentí tan vulnerable que solo quería gritar. Siempre he tenido miedo a la oscuridad. Mi padre tenía un plan de emergencia para mí, una linterna en cada cuarto y “si estás sola, espera sentada en la cama y yo iré a buscarte” y siempre fue así, aunque hubiera entre nosotros 140 km. La oscuridad le hizo protagonista al silencio y un estruendo se abrió paso entre mi angustia. Era nieve cayendo sobre una tejado del patio interior. Sentí frío en los pies, ¿cómo se puede vivir así? ¿cómo se puede vivir con la angustia de saber que en cualquier momento todo termina? ¿por qué? ¿qué hago aquí?

Tardó mucho en hacerse de día, pero como siempre, terminó sucediendo y un nuevo día se presentó ante mí. Había kilómetros por delante, y yo seguía hablando. El propósito del viaje estaba cerca. Nunca había visto tanta nieve. El paisaje era devastador en mi mente. Todo era blanco.

Al llegar a Skole por fin llegaron los colores. Los papeles de regalo que envolvían los mejores deseos de 80 familias navarras llenaron de Navidad los ojos de unos pequeños que nos miraban con sorpresa.

No quise acercarme a un niño. Creo que lo reconocí entre muchos. Ese niño que me acompaña en mi casa, que me mira desde una foto. Pude preguntar su nombre, pude unirle más a mí, pero no pude. Saber que estaba allí me reconfortaba, porque estaba. Unirme a personas con nombre y apellidos subraya lo que hacemos pero también deja cicatrices con las que es difícil seguir adelante y yo ya tengo una muy grande

San Nicolás hizo sus pequeños milagros. Un pequeño Spiderman no daba crédito ante un regalo envuelto en papel de su gran héroe. ¡Qué fascinante poder mirarle!, ¡qué increíble poder vivirlo!, ¡qué extraordinario poder contarlo!.  

Y entre sonrisas y miradas dos amigos se encontraron ¿tendría la gorra? Orgulloso  mostró el obsequio que cinco meses antes un navarro le dejó con la promesa de volver. Y se unieron en un abrazo que mostró la pulsera de San Fermín que aún lleva atada a su mano. Y como me han dicho mientras escribía esta líneas “esto es lo que le da sentido a lo que hacemos”. Será médico, ese niño será médico, porque quiere serlo y porque le ayudaremos a serlo.

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En la foto de la izquierda hecha en Julio de 2022 un niño refugiado en Skole saluda a los voluntarios de FEN agradeciendo el regalo recibido. A la derecha el mismo niño saluda al voluntario que conoció en verano y le enseña su pulsera de San Fermín que lleva desde aquel día. 

He vuelto a casa de madrugada y he encendido la luz. No la he apagado.

Oihane Vieira Galán

Voluntaria Fundación de Enfermería de Navarra